FIESTA DEL SANTÍSIMO
CORPUS CHRISTI
DOCTRINA DEL CONCILIO DE TRENTO. — Con todo eso, la herejía protestante trató pronto
de novedad, de superstición, de idolatría odiosa, estos desenvolvimientos
naturales del culto católico inspirados por la fe y el amor. El concilio de
Trento castigó con el anatema las recriminaciones de los sectarios y en un
capítulo especial, justificó a la Iglesia en términos que no podemos dejar de
reproducir: "El santo Concilio declara piadosa y santísima la costumbre
que se ha introducido en la Iglesia, de dedicar cada año una fiesta especial
para celebrar, todo lo posible, el augusto Sacramento, así como llevarle en
procesión por las calles y plazas públicas con pompa y honor. Es justo que se
establezcan ciertos días en que los cristianos, con una manifestación solemne y
particular, den testimonio de su gratitud y piadoso recuerdo hacia el Señor y
Redentor, por el beneficio inefable y divino que pone ante nuestros ojos la
victoria y triunfo de su muerte. Convenía además que la verdad victoriosa
triunfase de la mentira y herejía, de tal suerte que sus adversarios, en medio
de tal esplendor y tan grande alegría de toda la Iglesia, o pierdan ánimos, o,
llenos de confusión, vengan, en fin, a arrepentimiento"2.
BELLEZAS DEL CORPUS. — Mas
nosotros católicos, fieles adoradores del Santísimo Sacramento, ¡"con qué
alegría" exclama el elocuente Padre
Fáber, "debemos contemplar esta resplandeciente e inmensa nube de
gloria que la Iglesia hace hoy subir hacia Dios! ¡Sí, se diría que el mundo
está aún en su estado de fervor e inocencia, primitivas! Mirad estas gloriosas
procesiones que con sus estandartes resplandecientes por el sol, se desarrollan
en las plazas de las opulentas ciudades, por las calles de los pueblos
cristianos cubiertas de flores, bajo las bóvedas venerables de las antiguas
basílicas y a lo largo de los jardines de los Seminarios, asilos de piedad. En
esta aglomeración de pueblos, el color del rostro y la diversidad de lenguas no
son sino nuevas pruebas de la unidad de esta fe que todos se regocijan de
profesar por la voz del magnífico ritual Romano. ¡En cuántos altares de
distinta arquitectura, adornados con las flores más suaves y resplandecientes,
en medio de nubes de incienso, al son de cantos sagrados y en presencia de una
multitud prosternada y recogida, el Santísimo Sacramento es elevado
sucesivamente para recibir las adoraciones de los fieles, y descendido para
bendecirlos! ¡Cuántos actos inefables de fe y de amor, de triunfo y reparación,
cada una de estas cosas nos representan! El mundo entero y el aire de la
primavera se llenan de cantos de alegría. Los jardines se despojan de las
bellas flores, que manos piadosas arrojan al paso de Dios, oculto en el
Santísimo Sacramento. Las campanas tocan a lo lejos sus graciosos carrillones.
El Papa en su trono y la doncella de su aldea, las religiosas claustradas y los
ermitaños solitarios, los obispos, los dignatarios y predicadores, los
emperadores, los reyes y los príncipes, todos piensan hoy en el Santísimo
Sacramento. Las ciudades se ven iluminadas, las moradas de los hombres se
animan con trasportes de alegría. Es tal el gozo universal, que los hombres se
entregan a él sin saber por qué, y que se comunica de rechazo a todos los
corazones donde reina la tristeza, a los pobres, a todos los que lloran su
libertad, su familia o su patria. Toaos estos millones de almas que pertenecen
al pueblo regio y al linaje espiritual de San Pedro, están hoy más o menos
preocupados con la idea del Santísimo Sacramento; de suerte que la Iglesia militante
entera salta de un gozo y de una emoción semejante al oleaje del mar agitado.
El pecado parece olvidado; las lágrimas mismas parecen arrancadas más bien por
la abundancia dé felicidad que por la penitencia. Es una embriaguez semejante a
la que transporta al alma a su entrada en el cielo; o bien se diría que la
tierra se convierte en cielo, como podría suceder por efecto de la alegría de
que la inunda el Santísimo Sacramento".
Durante la
procesión se cantan los himnos del oficio del día, el Lauda Sion, el Te Deum, y según la duración del
trayecto, el Benedictus, el Magníficat u otras piezas
litúrgicas, que tienen alguna relación con la fiesta, como los himnos de la
Ascensión indicados en el Ritual. De vuelta a la Iglesia, la función se acaba
como las exposiciones ordinarias, con el canto del Tantum ergo, del verso y la
oración del Santísimo Sacramento. Mas después de la Bendición solemne, el
Diácono expone la Sagrada Hostia sobre el trono, donde los fieles la formarán,
durante ocho días, una guardia amorosa y solícita.
No debemos
concluir esta festividad sin mencionar, aunque sea brevemente la gran devoción
que en España se viene teniendo, ya
de antiguo, al Santísimo Sacramento, y el esplendor con que en siglos pasados
se celebró y sigue celebrándose hoy día la gran fiesta del Corpus y su
Procesión. Esta veneración hacia Jesús Sacramentado la testimoniaron de consuno
el arte y la literatura. El arte nos ha legado un tesoro inmenso de custodias
que son verdaderas joyas, cuajadas de primores artísticos no menos que de
materias preciosas. La literatura nos ofrece una riquísima copia de Autos
Sacramentales en que el ingenio y la doctrina de nuestros dramaturgos clásicos,
derrochó galanuras de elocuencia y poesía e hizo de nuestro pueblo un pueblo
que podríamos llamar teólogo.
Esta devoción al
Santísimo, junto con la de la Inmaculada Madre del Verbo hecho
Hombre, la supieron inocular nuestros misioneros en toda la América Española, que, si tenía a gala
en competir antiguamente con la Madre
Patria en rendir honores al Dios de
la Hostia, hoy conserva todavía esa singular veneración al más augusto de los misterios del cristianismo. ¡Gloria
a la España Católica, y gloria a las naciones por ella cristianizadas!
Fuente: se me envió por e-mail:
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